A lo alto, los árboles se iluminan en un abrazo eterno,
Las más cálidas hendijas deslumbran sus cuerpos,
La transparencia inevitable hidrata los suelos,
Y la sinceridad inmutable tiñe los cerros.
Hacia un lado, soslayan las penurias del viajero,
Se disipan tempestades y vientos,
Y se escurren soledades por sueños.
Detrás, la vida se me cuela entre las ansias
Y golpea furtivamente mi alma.
Tediosos escalofríos de recuerdos
Perfeccionan fríamente estos momentos.
Hacia delante, la niebla más densa que inhala mi pecho,
Se enfrenta a un paradigma en celo;
El grisáceo pensamiento reemplaza al dulce anhelo,
Y yacen las añoranzas en un terrible desvelo.
Aquí, bajo mis pies, aguarda tristemente la pluma,
Aguardando a un no se qué que disfume la bruma,
Y que apacigüe el hielo que se está formando,
O que este pensamiento intenta estar idealizando
Ante la cruel reacción del diáfano a la pasión,
Que conspira contra mí, con esta fría concepción.
Mas, sólo me queda dirigirme hacia el otro costado,
Donde no hay grises ni blancos,
Ni pasión, ni llanto,
Ni plumas, ni desgarros.
Mas, tan sólo quisiera
Que este huraño lugar existiera.
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